Escape del campamento de la muerte

Por Laura María Ayala

 Escape del campamento muerte

Tomada de Facebook

Shin Dong-Hyuk nació en el peor campo de prisioneros de Corea del Norte, a los 14 años vio a su madre en la horca y a los 22, huyó. Es el único que ha logrado fugarse para contarle al mundo la barbarie que viven los norcoreanos en pleno siglo XXI.

Viernes 18 Mayo 2012

El primer recuerdo que tiene Shin Dong-Hyuk, de sus cuatro años, es una ejecución. Caminaba de la mano de su madre por un campo de trigo mientras los guardias le apuntaban con sus armas y lo obligaban a mirar al paredón. Allí, un hombre, con el rostro cubierto y sus manos atadas a un poste de madera, pedía piedad. De repente, se oyeron cuatro disparos y el hombre cayó al suelo muerto. Nadie lo lloró ni preguntó por qué lo habían asesinado. A lo largo de su vida esta escena se repitió una y otra vez hasta que se acostumbró a ver cómo ‘ajusticiaban’ a los reos.

Con el tiempo memorizó el discurso que le decían a los condenados y también, llegó a creer que el trabajo duro era la única forma de redimir sus pecados, que la muerte de los traidores era justa, que el hambre y la tortura eran naturales y que ese espantoso lugar era su casa. Al fin y al cabo, el régimen comunista de Corea del Norte era el único mundo que conocía pues estaba en el campo número 14 desde que nació. Shin era uno de los más de 150.000 prisioneros de los campos de concentración norcoreanos, visibles en Google Earth.

En estas prisiones la mayoría de los presos trabajan 15 horas al día hasta morir de cansancio y desnutrición y, de seguro, ese iba a ser el destino de Shin de no ser porque un día reunió valor para escaparse y sin un mapa, ni idea de qué había más allá de los muros, huyó a Corea del Sur. Blaine Harden, un exreportero del Washington Post, contó su historia en el bestseller Escape desde el Campo 14 que inspiró el documental Behind the wall of secrecy: Escape from Camp 14, que se acaba de estrenar.

Shin, al igual que los otros presos, estaba condenado a cadena perpetua por delitos políticos. Su crimen era ser una mala semilla pues sus tíos habían huido hacia el sur durante la Guerra de Corea y la traición es un pecado que también debe pagar la familia del desertor hasta por tres generaciones. El campo de prisioneros tenía granjas, minas y fábricas donde los traidores trabajaban 15 horas al día. Dormían sobre el piso de concreto, no había camas, sillas o mesas ni acueducto.

Tenían electricidad únicamente dos horas al día y no había jabón, calcetines, guantes, ropa interior ni papel higiénico.Como la comida era tan escasa, para calmar el hambre cazaban en secreto ranas, ratas y chinches. En una ocasión Shin encontró tres granos de maíz en un montón de estiércol de vaca. Los escogió, los limpió y se los comió con agrado. "Tan miserable como pueda parecer, ese era mi día de suerte", dice.

El cuerpo de Shin tiene grabado el infierno que padeció. Sus huesos están atrofiados por la desnutrición, tiene marcas de las quemaduras que sufrió en la cerca eléctrica desde el tobillo hasta la rodilla y en su vientre todavía queda el rastro del gancho con el que lo colgaban a manera de tortura. También le falta un dedo en la mano derecha, pues se lo amputaron como castigo por haber dejado caer la máquina de coser con la que trabajaba.
Para él la escuela consistió principalmente en la memorización de las diez reglas del campamento y las consecuencias que tenía quebrantarlas. "A toda persona que robe u oculte los alimentos se le disparará de inmediato". Cuando estaba en primer grado vio cómo su maestra golpeó a una de sus compañeras hasta matarla, pues había tenido la osadía de esconder unos cuantos granos en su bolsillo.

Shin fue adoctrinado por completo y por eso, a los 14 años, cuando oyó por casualidad una conversación entre su mamá y su hermano sobre la posibilidad de fugarse, no dudó en denunciarlos ante un guardia. Había aprendido que los reclusos que rompían la regla número uno del campamento, "no trates de escapar", merecían morir.

A las pocas horas de haberlos delatado, su madre murió en la horca y su hermano fue ejecutado. Shin sentía que había cumplido con su deber. "Para mí ellos no representaban más que otros presos, porque yo no tenía un concepto de familia", confiesa el joven. Pero los guardias no recompensaron su acto de lealtad, al contrario, lo acusaron de ser su cómplice y lo sometieron a los peores vejámenes para hacerlo confesar. Le ataron las manos y los pies, lo colgaron de un gancho incrustado en su abdomen y lo frotaron sobre una pila de carbón encendido.

Nueve años más tarde, escapó. Estaba trabajando en la fábrica de ropa del campamento y allí conoció a un preso que había visto el mundo exterior y se lo describió con detalles. Su nuevo amigo le habló sobre los televisores, los computadores y los celulares. Incluso tuvo que explicarle que el mundo era redondo. Pero lo que realmente le fascinaba a Shin era la idea de que afuera del campamento había personas que tenían suficiente para comer.

Shin pronto entendió que el campo 14 no era su hogar sino una cárcel. Los dos presos pactaron escaparse. El 2 de enero del 2005, mientras estaban recogiendo leña en un rincón montañoso del campo, notaron que los guardias estaban distraídos y corrieron hacia la cerca. Su amigo fue el primero en intentar atravesarla pero murió electrocutado. Su cuerpo se desplomó sobre el alambre y creó el espacio suficiente para que Shin se deslizara entre los dos cables y huyera hacia la libertad.

El prófugo corrió por cerca de dos horas hasta que se percató de que sus piernas sangraban debido a las quemaduras que sufrió al cruzar la cerca. Hacía mucho frío y, como pudo, se arrastró hasta el granero de una casa donde pasó la noche y robó un overol y unos cuantos granos de arroz. Luego continuó su travesía, escabulléndose en las fronteras, escondiéndose y chantajeando a los guardias con lo que podía robar de los ciudadanos desprevenidos. Dos años después, finalmente encontró la libertad en Corea del Sur.

Shin, que hoy tiene 30, es tan sólo un año mayor que el líder norcoreano Kim Jong-Un, hijo del temido dictador Kim Jong-il, pero sus vidas no podrían ser más opuestas. En la actualidad es un activista que aboga por los derechos de los coreanos que dejó atrás y hoy continúan trabajando en condiciones infrahumanas. No comprende el desinterés del mundo por la existencia de campos de concentración en pleno siglo XXI, ni tampoco conceptos como el amor y el dinero: "Quiero tener una novia, pero no sé cómo conseguir una. Tampoco entiendo muy bien aquello de conseguir plata para sostenerme”.