PARA NO CANSARSE JAMAS

Por:  Marie Beynon Ray
Tomado de la Revista Selecciones del Reader’s Digest
Septiembre de 1.951

 

Casi todas las personas se sienten cansadas, ya de cuando en cuando, ya a menudo, ya constantemente. Sin embargo, no hay razón para que una persona  que disfruta de buena salud se sienta cansada nunca. Tan poco entendida es esta sencilla verdad, que a los afortunados que nunca sienten cansancio generalmente se les considera como seres anormales. Por el contrario, lo normal es no sentir cansancio, aunque se trabaje con excepcional asiduidad y aunque se haya llegado a la edad provecta o a la vejez. Hasta en el organismo humano más débil hay energía suficiente para mantenerlo funcionando a toda velocidad hasta el fin de su vida. Lo único que se necesita es poner esa energía en libertad.

Quien sufre de fatiga la atribuye casi invariablemente a trabajo excesivo, y cree que el remedio es obvio: el descanso. “Denme un descanso largo” dice, y luego un empleo bien pagado en el que el trabajo no sea demasiado fuerte, y verán cuán pronto desaparece esa fatiga”

Esto es sin duda razonable... pero es completamente erróneo. La ciencia no tiene conocimiento de que exista un estado de fatiga crónica debida a trabajo mental excesivo.

La fatiga natural causada por el esfuerzo físico es otra cosa. Esta no se acumula. La energía que se pierde durante el día se recobra con la alimentación adecuada y una noche de sueño. Pero si uno se siente cansado después de cada día de trabajo fuerte en la oficina, semana tras semana, ni aun seis meses de descanso lo curarán.

La fatiga no tiene nada de imaginario. Es tan real como el hambre. Pero es preciso descartar la creencia errónea de que se debe al trabajo.

Prescindiendo de la fatiga puramente física y de la debida a enfermedad, desnutrición o vicios, las causas de la fatiga crónica son emocionales.

Lo que debe temerse no son los arranques momentáneos de pasiones intensas, sino la acción roedora continua de las emociones espectaculares. El tedio, la zozobra, la indecisión, el sentido de inferioridad, la timidez y los pequeños temores diarios minan más la parte moral y causan más fatiga que los arrebatos transitorios de cólera. ¿Se encoleriza usted violentamente una o dos veces al mes? No se preocupe. Pero ¿Pasa usted tres días de la semana alimentando y revolviendo algún rencor o resentimiento? Va Ud. camino de una perturbación.

El tedio es quizá la principal de las emociones que conducen a la fatiga. “Pero el tedio” se dirá, “es un estado mental. No puede hacer que uno arrastre los pies al andar ni que le duela la espalda”  ¿Que no puede? El tedio de los quehaceres de la casa ha afectado la vista a varias mujeres; el tedio de un marido aburrido ha lisiado a la esposa; el tedio de una suegra desagradable ha paralizado a su nuera. En los archivos de todo psiquiatra se registran casos así. No hay valla de separación entre el ánimo y el cuerpo: lo que aflige al uno aflige al otro. La fatiga del cuerpo es la forma física más sencilla y más común en que se manifiesta el desasosiego del ánimo.

El interés en el trabajo que se ejecuta es el factor principal de la felicidad humana. Sin el gozo del trabajo por el trabajo mismo, no hay satisfacción emocional ni aspiración; lo único que hay es aburrimiento y fatiga.

“Si un hombre trabaja en algo a que le gustaría jugar, apuesto diez a uno a que no sentirá cansancio” dice el doctor C. Charles Berlíngame, distinguido psiquiatra. “Yo trabajo entre 12 y 14 horas por día; pero trabajo en lo que escogería entre todas las cosas si pudiera vivir otra vida, y nunca siento aburrimiento ni cansancio.

“Eso está muy bien,” dirá alguien, “si uno tiene aptitud para un oficio y puede dedicarse a él. En tal caso uno estará encantado con su trabajo, y lo ejecutará sin aburrirse nunca. Mas no sucede lo mismo con las mil y una tareas rutinarias que muchos ejecutamos por necesidad, no porque nos gusten”

No hay duda que algunas tareas son más interesantes que otras; pero es indudable también que hay personas que se interesan más que otras. Casi todos esperamos que el trabajo nos interese; no tratamos de interesarnos nosotros por el trabajo.

“La mayor parte de la gente tiene una idea errónea respecto al trabajo”, me dijo el dramaturgo Channing Pollock. “Parecen estar en la creencia de que el placer empieza cuando termina la tarea del día. Por eso piden menos horas de trabajo y más descanso. Recuerdo haber visto en una gran tienda de Nueva York un letrero que decía: En esta tienda nadie trabaja más de 40 horas por semana, salvo los directores !Qué inconsciente ironía hay en esto! Casi todas las personas que conozco entre las que han tenido buen éxito en su trabajo desearían que para ellas el día tuviera 40 horas ¡Si antes de enseñarnos ninguna otra cosa se nos enseñara que el trabajo es la mayor felicidad de la vida!”

Fuera de prestar a nuestro trabajo la atención necesaria, debemos tomar parte en otras actividades: Todas las que holgadamente quepan en nuestra vida. Cuantos más puntos de contacto tengamos con la vida humana, tanto más nos interesaremos en la nuestra y tanto más le interesaremos a nuestros semejantes; pues las personas interesantes son las personas que se interesan. La gente aburrida es la gente que vive aburrida.

Nunca conocí a ninguna persona “interesante” que no estuviese apasionadamente interesada en tantas cosas, que parecía imposible que se hubiera fijado en todas ellas, y que no hallase algo digno de exaltada atención en una multitud de menudencias comunes de la vida que a casi todos nos parecen insulsas. Tales personas no han perdido el sentido de la curiosidad y la admiración característico de los niños. Aldous Huxley dice que uno de los principales encantos del poeta y novelista inglés D. H. Lawrence era la facilidad con que se interesaba en cosillas comunes de toda clase: “sabía cocinar, sabía coser, podía ordeñar una vaca y zurcir una media. Todo fuego que él preparaba, ardía, y todo piso que restregaba quedaba perfectamente limpio”

Todos conocemos personas que nos causan envidia por la gran variedad de sus conocimientos y habilidades. Hay, por ejemplo, hombres que además de haber prosperado en los negocios, son pescadores expertos, juegan al bridge como si en toda su vida no hubieran hecho otra cosa, cultivan flores y crían perros que ganan premios, coleccionan objetos de porcelana, han leído todos los últimos libros y hablan atinadamente de política, del teatro y de la ópera ¿De dónde sacan la energía para todo eso? La repuesta se halla en el hecho de que la ejecución de una cosa desarrolla energía para la ejecución de otras. La energía crece con el uso. “Los entusiasmos, las ideas y los esfuerzos son los que producen energía” dice William James, el gran psicólogo.

Todos queremos más horas de ocio, pero cuando las logramos ¿qué hacemos con ellas? Por lo común matar el tiempo. Como es adicto al principio del placer, el hombre cree que en sus horas de descanso, trabajosamente ganadas, debe hacer el menor esfuerzo posible, físico o intelectual. Va a las representaciones teatrales que menos lo hagan pensar. Lee las novelas policíacas y las revistas que exigen el menor grado de concentración mental. Trata de aliviar el esfuerzo del día con alcohol. Está buscando descanso; pero lo que en realidad hace es cansarse por los mejores métodos científicos conocidos - por la vacuidad mental, los placeres triviales y la disipación.

La próxima vez que usted se sienta agotado al fin del día, recuerde las palabras de William James: “La acción y la sensación van juntas, y regulando la acción, que obedece directamente a la voluntad, podemos regular la sensación, que no depende directamente de la voluntad.” Lo cual, aplicado al problema de la fatiga, quiere decir ésto: Si usted se siente cansado, actué con energía, y pronto se sentirá enérgico. Y nunca, por ningún motivo, diga: “Me siento cansado”. Diga siempre: “Me siento admirablemente”... aun cuando sea mentira.