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Universidad Mundial

                    Científico Espiritual

Sección Educativa:
ALIANZA UNIVERSAL
         
Centro de Conciencia Espiritual
ESCUELA DE ALTA SABIDURÍA (BODHA)

 

La Habana, 7 de marzo, 1950.

 

Queridos Discípulos:

Una pequeña charla de corazón a corazón se vuelve a menudo indispensable para las almas que tienen intereses comunes y, sobre todo, cuando las experiencias de la vida las confrontan con duras realidades.

El discípulo sincero busca incesantemente estrechar y afirmar los lazos que lo unen con las Verdades Eternas, y el Maestro es para él un punto de referencia, un ejemplo viviente e incluso la resonancia que identifica las almas entre sí, y a estas con los Principios de la Vida y las potencias ulteriores, sean estas Universales o Eternas. De ahí la importancia de las buenas relaciones entre Discípulos y Maestros. Sin embargo, el concepto de lo que es el Maestro exige ser constantemente esclarecido, pues se pierde de vista demasiado a menudo, o demasiado fácilmente, la verdadera naturaleza de lo que es el Maestro. Lo más conveniente sería sin duda basarse en Principios concretos, propuestas vivas y realizaciones dinámicas. Únicamente unas certidumbres así fundadas pueden asegurarnos una concepción clara y una profunda sensación en cuanto a las Verdades que buscamos. Pero es preciso, ante todo, cultivar en sí estas Verdades si se quiere comprenderlas bien. No podemos vibrar en armonía con las fuerzas que no están íntimamente ligadas a nuestra conciencia. Por lo tanto, cuanto más uno es  consciente de una Verdad, más se identifica con ella. Cuanto más uno profundiza los aspectos íntimos de la realidad, más posee uno los Principios vitales que la provocan, definen y perpetúan.

El Maestro debe ser, pues, no solamente una Verdad viviente, sino también un vehículo de fuerzas, por cuanto solo de esa manera será una expresión de determinados Principios. Los Discípulos a su vez aumentarán en capacidad y en potencia de la Verdad Espiritual únicamente según sus esfuerzos y conquistas en el ámbito de su propia conciencia.

Se trata, por consiguiente, más bien, sobre todo, de realización de conciencia, y eso es tan válido para los Discípulos como para los Maestros.

Los Discípulos tanto como los Maestros tienen su propia esfera de acción de conciencia, pero desde el punto de vista espiritual, la conciencia del Maestro rebasa todas las limitaciones y todas las trabas, mientras que en el Discípulo o Aspirante, la conciencia es aún débil e incompleta en sus estados, y no puede proyectarse o irradiar en los planos superiores de la vida, salvo pasando a través de la Conciencia Espiritual (BODHA) del Maestro.

El Maestro es pues, por así decir, el horizonte, el vehículo y la dinámica que permiten al Iniciando superarse a sí mismo, y trasportarse en los diversos planos de la vida en el Universo hasta alcanzar las formas más sutiles y las condiciones más trascendentales del Verbo Espiritual. Digámoslo en seguida, el Verbo Espiritual es Universal y Eterno, porque es Principio puro y Esencia vital.

La sinceridad exigida al Discípulo permite cultivar las condiciones indispensables y las fuerzas de la vida, no solamente en el individuo, sino también en su entorno.

La concepción del Maestro de Sabiduría o Instructor Espiritual depende entonces mucho de la capacidad de cada uno, pero sería completamente erróneo limitar este concepto a las formas puramente personales del alma humana o a ciertas condiciones individuales. ¡Él Maestro no es el hombre, sino las certidumbres que É  encarna, que Él vivifica y que Él glorifica! El Discípulo debe buscar estas certezas en la Esencia de la Vida y no en las formas ocasionales o temporales. De hecho, no se puede vivir sino lo que uno entiende o, en otras palabras, sólo se puede realizar lo que está íntimamente identificado, actualizado y proyectado en nuestra propia conciencia. Eh ahí porque, en resumen, es absolutamente necesario cultivar en sí las condiciones inspiradas por el Maestro.

El Maestro no se presenta como un ejemplo, pero Él es el Guía, el Instructor, el Despertador de la Conciencia del Discípulo. El Maestro conoce a su Discípulo, pero el Discípulo rara vez comprende al Maestro. El Maestro se encarna en el Discípulo para facilitar su evolución, pero el Discípulo logra beneficiarse de las potencias vitales del Maestro únicamente en la medida de su vínculo sincero con las Fuerzas y los Principios que el Maestro encarna.

El Maestro orienta, asiste, protege, pero el Discípulo puede beneficiarse de tales privilegios sólo en la medida de su propia sinceridad y de su deseo incansable y sus actitudes íntimas en materia de Ideal o de proyecciones espirituales.

Una de las formas más grotescas que se ofrece aquí a nuestra consideración es el deseo de “poderes” o de “ganarse el cielo”. Demasiado a menudo, se deja uno seducir por el alarde de los charlatanes, y creemos fácilmente en la conquista del cielo o en la posesión de “poderes misteriosos.” Se cree en fin que un amuleto basta para asegurarnos buenas relaciones con los mundos invisibles; que cualquier brebaje servirá como elixir de larga vida, o que una fórmula cabalística asegurará la buena suerte. La ingeniosidad es en realidad la madre de todos los milagros, y no habría magia si no existiese en ciertas almas una ignorancia aturdidora, en sumo grado. En realidad, los “milagros” sólo son proyecciones de fuerzas desconocidas y las maravillas de la Yoga, del ocultismo y de las “ciencias sagradas,” no son más que el reflejo de los poderes de la conciencia.

Es ocioso creer que el alma deba ser necesariamente el objeto de una dictadura cualquiera, sea política, teológica, mística, o puramente material. Por el contrario, el alma sólo vive al calor de la Libertad, y se desarrolla solamente en la claridad íntima, espontánea e integral de la conciencia.

 Otro problema de gran significación es de la importancia de las llamadas Escrituras “sagradas.” Las Tradiciones se cultivan en estas floraciones doctrinales, y las Ortodoxias se justifican fácilmente mediante la interpretación de las fórmulas metafísicas o místicas que de ellas resultan. Sin embargo, ninguna certeza apreciable podría ser cultivada de esta manera, pues ninguna interpretación puede ser definitiva si no está basada en Principios o concepciones esenciales. Hacemos juegos malabares con las palabras, se juega con las doctrinas, pero los Principios siguen siendo ignorados. Sin embargo, mientras todas las formas de interpretación son temporales, pasajeras, los Principios permanecen, porque son Eternos. ¿No sería mejor, al fin de cuentas, antes de concluir mediante interpretaciones, convencerse de la verdadera fuente de las fórmulas en causa?

Por otra parte, se dice que las Escrituras permanecen. Sin embargo, estas tienen valor solo de acuerdo con la autoridad que se les concede. Si comprendiéramos la verdadera fuente de estas Escrituras, nos percataríamos bien pronto que su importancia no excede la de una prestigiosa enciclopedia. Sabemos, por cierto, que una enciclopedia, aun proviniendo de la mejor de las Academias, no tiene más que un valor relativo y solamente para una época determinada. Por ejemplo, el Diccionario Filosófico de Voltaire tuvo una importancia semidivina solo durante la Revolución Francesa. “El descenso a los infiernos” de Dante, “El Purgatorio” de Milton, el “Novum Organum” de Bacon, fueron verdaderamente gloriosos para la época del Renacimiento Italiano. Por otra parte, las “maravillosas” teorías de Leibniz, Descartes, Kant, Laplace y hasta Marconi, Einstein y Strainmetz, hoy, tuvieron solo un valor puramente circunstancial, durante su propia época, a pesar de sus maravillosas realizaciones, y eso porque fueron superadas por la práctica. Sería pues grotesco pretender atribuir un Valor Eterno a unos conocimientos, a unas teorías o a unos dogmas, aunque sean los más deslumbrantes y  cosmológicos.

La vida no se guía por dogmas ni por fórmulas ortodoxas. Vivir es florecer, energizarse e irradiar en conciencia. La letra que encadena, el dogma que hipnotiza, la teoría que esclaviza o la idea que se opone al progreso son medios innobles porque envilecen el alma, endurecen el corazón y limitan la personalidad y, de este modo, se oponen a la evolución de la vida y a los ritmos trascendentales de las Armonías Universales.

Otro notable ejemplo de las formas de literatura y de leyenda que crucifican el alma es este género de “cánones” mistagogos que fijan los límites de la vida, dando a las energías vitales del Universo expresiones limitadas y sujetas a Leyes absolutas. Ahora bien, no hay una Ley absoluta en el seno de la Naturaleza Universal. Las Leyes naturales sólo son válidas en su propia esfera de acción, y se armonizan y se complementan entre sí. De ahí que no puede existir un “absoluto” en ninguna parte, salvo fuera de la acción de estas mismas leyes. Un ejemplo típico del fanatismo sectario y embrutecedor de las ortodoxias se encuentra en ciertas interpretaciones respecto a la Augusta Presencia de Maitreya. Ciertas escrituras pretenden que doscientos millones de años humanos deben separar la aparición de cada Buda y según este cálculo, el Señor Maitreya no debería aparecer sino de aquí a unos 119.000.000 de años. ¡Eh aquí que bien ilustrados estamos con eso, y bien adelantados de saber eso, sobre todo cuando se sabe perfectamente, por medio de las investigaciones científicas, que la especie humana misma no pudo existir más allá de algunos millones de años! Lo que hay de más inquietante en todo esto, es que, según las logomaquias de estos fanáticos sectarios, atollados en su suficiencia doctrinal, los Budas, los Salvadores, los Avatares no se inquietan de ninguna manera por las crecientes desgracias del mundo, y prefieren quedar millones y millones de años beatíficamente congelados, petrificados, en sus indolentes extravagancias celestes. Igual reza para las entidades místicas ampliamente veneradas en ciertas Iglesias que supuestamente encarnan el Amor Divino y la Caridad, y hasta gobiernan los mundos sin pensar, sin embargo, en venir a poner un poco de orden en todo, lo que se hace en su nombre. Preferimos creer más bien que las fuerzas de la Naturaleza y las entidades espirituales más trascendentales actúan según sus necesidades, así como según los imperativos en los cuales se inspiran.

Es otro punto de vista, mucho más razonable y honesto, sobre todo, creer que cada cual se forja su propio destino y formula su evolución según lo que elige como inspiración personal.

Las características fundamentales de la Sabiduría son la Dignidad, el Servicio y la Compasión. Los Caballeros del Espíritu y los Señores imbuidos de Sabiduría deben, por tanto, saber enunciar las innegables cualidades distintivas, convirtiéndose en verdaderos representantes de la Dignidad, el Servicio y la Compasión. Esto define en toda su extensión la verdadera Espiritualidad.

La Iniciación auténtica busca, por encima de todo, la Sabiduría, porque es la fuente de las mejores expresiones de la Conciencia. Los Discípulos deben, así pues, cultivar la sinceridad y perseguir la Sabiduría, cultivando en sí mismos las mejores cualidades y poniendo en vigor las fuerzas morales más apreciables.

No hay otra Iniciación verdadera y todo el conocimiento del hombre debe concentrarse en esta fórmula.

Lo que nos interesa muy particularmente aquí es el perfeccionamiento total y la liberación final del alma, es decir el despertar y la emancipación última de la conciencia. El Maestro o Iniciado ha alcanzado, en cierto grado, esta realización, y el Discípulo o Aspirante (Iniciando) está en proceso de alcanzarla.

Inútil retardarnos aquí en consideraciones sin importancia o no esenciales, porque para nosotros lo vital radica en las necesidades del individuo en el sentido evolutivo y espiritual.

El Aspirante debe, entonces, seguir de cerca al Maestro o Iniciado, cuando Él sitúa los problemas de la vida en sus verdaderas bases y proporciones. No se trata aqui de dogmatizar, es decir, ejercer una dictadura mística sobre las almas débiles y limitadas, sino, más bien, buscar las verdaderas potencialidades de estas, atender a sus necesidades, responder a sus inquietudes, facilitar las resonancias íntimas del ser en el sentido del ideal y de certezas luminosas y, en fin, dar curso libre a las fuerzas vitales, al potencial espiritual en un sentido de valor universal y eterno. Eh aquí toda nuestra tarea, y nuestro único propósito, fuente imponderable de posibilidades morales, de amplificación filosófica en el verdadero sentido de la palabra, y de potencia espiritual o Divina.

No hay pues “interpretaciones” que rebuscar y si captan y comprenden bien estas Enseñanzas, se darán cuenta que son claras, vibrantes e inalterables.

Los Aspirantes deben, pues, tener confianza en sus propias certidumbres y en sus propias aspiraciones. Solo así, por cierto, se logra comprender mejor al Maestro de Sabiduría, porque Él es un Profesor de vitalidad, un Guía de inspiración y un Guardián del Fuego Sagrado en el seno de las almas. Hemos visto ya que el Maestro encarna el potencial vital que se mueve en lo muy profundo de la conciencia, en fin, la representación de los Principios vitales Universales.

Mientras más se consideren estos postulados, mejor se comprenderán las modalidades de la verdadera Iniciación y de la verdadera Fraternidad, pues se aprenderá, sobre todo, a vivir en armonía con la Verdad Universal, la cual es el Cuerpo del Espíritu Eterno y de lo que ciertas Iglesias llaman el Espíritu Santo o Dios.

La Iniciación y la Fraternidad son dos condiciones que se complementan entre sí. Fraternidad implica Servicio y para servir verdaderamente es preciso vivir en toda sinceridad e irradiar en conciencia libre. El Servicio es el ímpetu y la entrega espontánea de sí mismo que hace florecer el alma con generosas conclusiones, gestos nobles y esfuerzos impersonales o desinteresados.

La Fraternidad es, pues, una condición fundamental para la Iniciación, lo mismo que esta última es la Esencia misma de la primera.

  Entendamos bien por Fraternidad la compenetración de las almas y la armonización de los corazones persiguiendo fines idénticos. Vivir en Fraternidad es vivir en armonía profunda y en la comunión de fuerzas íntimas, es decir del potencial vital de cada uno. Cuando se habla de Servicio, de generoso impulso y de aspiración ideal, se entiende ante todo la proyección del potencial vital, la Esencia que está en nosotros.

La Fraternidad consiste, pues, en saber resaltar lo que somos íntimamente. La Sabiduría radica en la mejor expresión o irradiación de nuestros valores espirituales.

Han tenido que percatarse ya que estas precisiones filosóficas están basadas en realizaciones espirituales, y sostenidas por una capacidad moral segura, y también que esta Iniciación es fundamentalista o Esotérica porque implica el despertar, el desarrollo y la expresión de las mejores posibilidades individuales. No recomendamos doctrina alguna; no imponemos ningún dogma; no glorificamos forma alguna de dictadura, porque buscamos ante todo el desarrollo de las cualidades vitales de cada uno, más allá de todas las trabas o limitaciones y a pesar de todas las formas que puedan afectar la libertad del prójimo.

La sinceridad en el pensamiento, en el sentimiento y en la acción es para nosotros la condición básica de la evolución en el sentido espiritual. Cada uno es, por tanto, entre nosotros, su propio juez y su propio testigo, pero cada uno debe aprender a hacerse responsable de su vida así como de sus ideales y de sus propias certidumbres. Por medio de esta forma de realización íntima y de conciencia espiritual progresiva, cada uno llega a identificarse con las fuerzas superiores de la vida y a comulgar con los Principios Universales.

Reciban mis mejores pensamientos y mi Bendición Protectora.

 

Maha Chohan

KUT HUMI LAL SINGH